sábado, 11 de julio de 2009

¿Quién culpó a Papá Noel?



Dieguito, es un niño, tiene seis año y no lo sabe, pero como mucho a su edad vive en un engaño. Y los autores intelectuales de esa mentira, o quizá chantaje, son sus padres.

Esto ocurre de septiembre a diciembre todos los años. Su ropa debe permanecer impecable y debe comer todo lo que ellos le brinden (independientemente de su valor nutritivo o sabor), ni siquiera puede pelear con sus hermanos… romper algún adorno de la casa, ni hablar. La pena para sus travesuras será, se lo recuerdan siempre, quedarse sin juguetes el día de Navidad.

Producto de este chantaje emocional, el niño con su afán consumista cambia efectivamente su comportamiento. Claro que el precio es una serie de improperios y amenazas violentas a ese cándido y bonachón viejito al que todos llaman Papá Noel. Él, a propósito, ni siquiera se entera del odio que llega a despertar en esas chantajeadas criaturas.

“Si no te portas bien Papá Noel no va a venir este años”… el resultado, un sonoro ‘buaaaaaa’ y el comportamiento del chantajeado párvulo se modera el punto de convertirse en un robot que no juega, experimenta o rompe nada…

Los más intrépidos aciertan a decir “no me importa que no venga ese viejo”. Claro, se basan en las experiencias de sus amiguitos que pese a portarse mal durante todo un año obtuvieron el último muñeco de Batman (con batimóvil y batichica de a mini incluidos), el carro a control remoto que cambia de forma como el carismático ‘Optimus Prime’ o esa bicicleta con frenos de disco cuadro de titanio que mientras más completa menos pesa…

A Papá Noel, por su lado, parece no importarle nada (claro, ni siquiera se entera). Él mira a estos alienados jovencitos desde la iluminadísima vitrina de la juguetería, parece indiferente al sufrimiento de los pequeños a los que les cuesta portarse bien, o al de los padres que este año parece que no les alcanzará ni para la cena.

Este personaje fue creado como un ícono de la Navidad, como un símbolo de generosidad y de fiesta, no como un ser represor que castigará a los niños que se porten mal.

Casi podría segurar que si existiese sabría que la naturaleza de un niño es jugar, hacer travesuras, explorar, correr, ensuciarse la ropa o fingir situaciones extraordinarias de las que siempre saldrá bien librado. A fin de cuentas es su imaginación y esta debe volar, así eso implique correr, lastimarse o convertir en pedazos algunos de esos objetos que tan delicadamente embellecen nuestra sala.

Al hacerlo aprenderá lecciones invaluables para su posterior adultez. Si no lo hace, por lo menos queda la seguridad de que se divirtió.

La Navidad, además de sostener el año comercial, está ideada para despertar sensaciones, provocar lágrimas y risas, dejar aflorar sentimientos que en esa fecha se vuelven más reales. A pesar del sentido comercial que le hemos dado los imperfecto seres humanos.

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