lunes, 6 de julio de 2009

El corazón de la pulga



Todos saben lo que es una pulga. Ese ser minúsculo de muchas patas y gigantescos saltos, la pesadilla de muchos animales (en especial de los perros). En fin, una noche una decidió abandonar a mi perra y darse un banquete en mi cama.

De pronto un sacudón, las sábanas vuelan por la habitación… Empieza un acto de salvajismo e incomprensión. Los insultos, que normalmente no sería capaz de atribuirle a mi más jurado enemigo, resuenan como ecos en mi cuarto. Una vez que ya nada está en su sitio empecé mi búsqueda de la ágil y astuta pulga que usó en beber una gota de mi sangre.

Claro, ignoraba que su huída empezó a la par de los insultos y que quizá ese saciado ser me miraba atónito gritar en calzoncillos, probablemente con lágrimas en sus minúsculos ojos.

Ese momento una segunda ronda de insultos evidenció mi frustración y su astucia…

Minutos más tarde, acostado en una desarreglada cama, pensé en mi injusticia. Digo, la pulga es una creación de Dios y por lo tanto tiene necesidades como todos: comer, dormir, enamorar a una pulguita…

Y yo molesto por una gota de sangre. Que tan devastador seré que no contento con usar desodorante en spray o manejar un auto a carburador, no tengo dudas de que los platos que más disfruto tienen como materia prima una animal muerto.

Una gota de sangre… ¿Qué debería decirme un cerdo en Carnaval o un camarón que perdió a su familia para que yo cure un chuchaqui.

Estaba a punto de conciliar otra vez el sueño, cuando en uno de esos instantes de inspiración divina (o algo por el estilo) tomé una decisión transcendental en mi vida, porque eso de no comer carne definitivamente no es mi estilo. Cuando una pulga me pique, en lugar de insultarle le diré ¡Buen provecho!

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