martes, 7 de julio de 2009

Por suerte es inevitable



Andrés era un muchacho que andaba todo el día en bermudas, o un pantalón parchado en las rodillas, y camiseta (generalmente el mismo conjunto tres o cuatro días), con gorra en el mejor de los casos, o sólo despeinado, los cabellos pegados por el sudor de los interminables partidos de fútbol o los paseos en bicicletas. Llevaba en sus bolsillos monedas, pelotas, chicles, un anillo mágico, un iPod descompuesto.

En realidad no sufría por nada. Le daba igual si tenía o no gel para el cabello, si tenía dinero, si el presidente es fulanito o zutanito, le daba igual el tamaño o la firmeza de cualquier ‘derrier’… Todo era paz en la vida de Andrés, hasta que un día…
Un maldito día…

Él solo empezó a desmoronar su paraíso, igual que un día lo hizo Adán al comerse esa sabrosa manzana (que no era exactamente una manzana).

Pero la culpa no es suya, los culpables… o mejor dicho LAS culpables son esa Evitas, que anda por allí con sus manzanas tentando a los muchachos de bien como Andrés. Ya sea con sus vocecitas chillonas, sus delicados aromas, sus relativas inteligencias, sus caritas lozanas, sus… sus… Como diría algún poeta de esquina “sus frescos racimos”.

Estas despiadadas criaturas hacen que a los Andreses ya no les importe el fútbol, las bicis o las cometas. O ninguno de esos elementos fundamentales en el desarrollo del hombre como persona.

Los Andresitos, atrapados bajo la influencia de esas mentes criminales, empiezan a renegar de su condición de niños y se autodenominan jóvenes. Ya no quieren estar sucios no oler a fútbol; lo que quieren es verse grandes (aunque casi nunca superan el metro y medio de altura).


Es más, cuando tienen un contacto cercano con esas criaturas, que antes detestaban, sus manos se ponen sudorosas y empiezan a sentir algo así como cosquillas en sitios que hasta entonces estaban destinados, digamos, al desfogue de aguas servidas.

Su propósito ya no es andar hacer ‘caballito’ en la bici o hacer el mismo gol que hizo Messi el último domingo… su propósito es verse lindos, bien peinados, con las camisetas y los peinados de los conductores de MTV o de los grupos que se presentan en ese canal.

El asunto no es tan grave hasta ahora. Pero esas Evitas se convierten prácticamente en su razón de ser. Aún cuando son jóvenes, adultos, maduros, ancianos… y si hay otra vida probablemente todo se repita otra vez, otra, otra y otra. Sin que nadie pueda hacer nada… ¡Afortunadamente!

En la infinita sabiduría de la naturaleza, o de Dios, de quien usted prefiera… Palmo a palmo ellas empiezan a ceder terreno, pero no mucho, nunca demasiado, lo suficiente como para que Andrés se siente libre pero ella sepa que no es así. ¡Pobre Andrés!

Al final, casi siempre un Andrés termina casado con alguna Eva, pero contrariamente al cliché de Disney, no viven felices para siempre… Pelean, tal vez se separan, casi seguro que regresan, tienen hijos, no les alcanza la plata, otra vez pelean, se vuelven a reconciliar, insultan a los políticos, se quejan del Gobierno, se dan unos besos…



Esto no es nada, lo difícil es cuando sus Andreses y Evas llegan sigilosamente, sin que nadie se dé cuenta, a la adolescencia. Es ahí cuando deberán mostrar su verdadera inteligencia, principios, valentía, amor, tolerancia, madurez, apertura, disciplina… Si superan esta época es probable que nada los frene hacia una apacible vejez.

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