Los escenarios de estos artistas urbanos están disponibles en todo el mundo y deben sortear algunos obstáculos para alcanzarlos
El ritmo es vertiginoso, el semáforo cambia a rojo y en segundos la brasileña Diana Fabricio y el guayaquileño Pedro Jaramillo, saltan al frente de la hilera de autos con sus cadenas con puntas encendidas en fuego que dibujan curiosas y redondeadas figuras anaranjadas por fracciones de segundo, mientras vertiginosamente pasan a centímetros de sus rostros, brazos o piernas.
Apenas dos minutos dura el espectáculo, el semáforo de las avenidas Solano y Doce de Abril ha cambiado a verde y es hora de obtener unos centavos por la corta actuación. Uno de los artistas se acerca a los autos con una sonrisa que aún cuando no hay respuesta se mantiene.
Esa rutina se repite, solo que a veces las cadenas rociadas con gasolina son reemplazadas por pinos, cintas de colores, pelotas, machetes o antorchas encendidas, a veces en el piso o en ocasiones desde lo alto de un monociclo o quizá en las piernas flexionadas del compañero.
Lo necesario para un día
Al final del día habrán obtenido lo necesario para alimentarse además de los 2,50 dólares que costará la habitación de cada uno en la hostal San Francisco, la rapidez con que los obtengan marcará la duración de su jornada.
Pero la jornada inicio horas antes, cuando desde la habitación sin camas y con colchones en el piso de la hostal en referencia, la joven pareja ordenó y escogió los implementos que emplearían en la actuación de esa noche, antes de ensayar algunos de sus más innovadores trucos.
Una pequeña que se suma
Como una espectadora privilegiada, la pequeña Naia Safira de dos años, hija de la pareja unida libremente desde hace tres años, aplaude las acrobacias de sus padres y con señas acompañadas de balbuceos los exhorta a incluirlos en el espectáculo que ensayan.
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